Relato Corto


El bote de los deseos
Una tremenda tristeza recorría todo su cuerpo. Ni un sólo resquicio de alegría encontraba en la nebulosa que atormentaba su mente. Lo había perdido todo en un corto espacio de tiempo. Del trabajo lo habían mandado a la mierda después de una vida dedicada a las cuatro paredes de su cochambrosa oficina. Su mujer le acababa de abandonar por un tipo más joven y con más dinero. Y la vida le había impedido tener descendencia por un problema genético. Con nada había llegado a este mundo y era muy probable que con nada se fuera..., pero aquella mañana se volvió a levantar de la cama. Con los ojos llenos de legañas, con una visión reducida ya que todavía tenía sueño y no se había colocado sus lentes. Fue a la cocina y entre los armarios intentó buscar algo que llevarse a la boca. Encontró un bote arrinconado en una esquina y cogió una cuchara.

Antes de abrirlo miró la etiqueta: "Guisantes Deseo". No dudó ni un segundo en quitar la tapa - lo cual no le costó grandes esfuerzos - y llevarse una cucharada tras otra a la boca hasta que comenzó a encontrarse mal. De repente cayó fulminado de la silla caoba en la que se había sentado y dejó de ser un organismo vivo.

Dos semanas después la policía derribaba la puerta de su casa y encontraba el cadáver. A su lado, un bote de "Guisantes Deseo" con bolitas verdes que resultaron ser matarratas y que la mujer del difunto se había olvidado sobre la encimera el día que salió disparada tras su nuevo amor.

Acanteo quiere volver a soñar




Encerrado largo tiempo, estuve en un torreón donde apenas tenía noción de lo que ocurría en el exterior. Mi delito: intentar liberar al mundo de su sinrazón. La justicia la tomé para mí y liberé a un caudillo moro en el asedio a Granada. No soporté ver más sangre derramada y acabé prendido y denunciado por el que consideraba mi amigo. Por este hecho, yo, Acanteo de Rozas, estoy privado de libertad.

Entre aquellos ladrillos moriscos todas las mañanas, con el alba, me visitaba una paloma blanca. Ese animal que representa la paz, la concordia, las buenas intenciones; Inmaculada como su color, me trasportaba a mi propia realidad; a mi propio mundo, donde lo onírico se confundía con la realidad. No existía en él ni las batallas, ni las lágrimas; ni la pesadumbre, ni el desconsuelo. Tan sólo piedras tristes ahogadas en buenos recuerdos. En la cabeza del ser humano siempre queda lo positivo. ¡Suficiente para olvidar!. Olvidar los martirios de la gente, la desdicha de sus almas, los males del corazón.

Anduve largo tiempo cuidando del animal, mimándolo, ¡era mí única compañía!. Compartiendo con él mis secretos más ocultos. Hablándole de la estrella que nunca podría alcanzar, algo que jamás llegaría a tocar. Mi gran amor, mi firmamento, Lucía (¡ay!).

A sabiendas de que el ave apenas podía entenderme, me consoló el saber que día tras día, no me abandonaba. Se me ocurrió una idea lúcida entre el marasmo del mal pensamiento alojado en mi interior. Enseñarla a entender el lenguaje de unos seres, que era utilizado con prepotencia y chulería para comenzar batallas innecesarias. En esta tarea me entretuve los últimos cuatro años de cautiverio. Ahí estaba yo, todos los días hablando, con la blanca paloma, contándole el mal pensamiento humano.

Cuando me tumbaba en el camastro, pensaba para mí: ¡por loco me metieron aquí, y no más cuerdo voy a salir!. Intuición de mi locura fue, que cuando llegaron a sacarme de mi mundo, llevaba un mes sin saber del animal. Quizás los avispados estómagos, de los cazadores del lugar, habían dado buena cuenta de su carne. Aquel día el carcelero las rejas abrió y mirándome con ojos desaprensivos me preguntó:

-¿Quién es ese espíritu con el que hablas?. ¿Quizás está alojado en tu cabeza?. Por que mi vista no alcanza a ver lo que nunca existió.
- ¡ Necio!. ¡Cuántos sueños habrás tenido en tu cabeza y jamás cumplirás!; le dije yo.

Desangelado me quedé con aquella sentencia. Pues había sido mi mundo el que con recreo había creado aquel bello animal. No existían pensamientos malos en mi corazón. No sabía el significado de crueldad, no recordaba lo que era llorar.

Largo tiempo tras mi liberación, estuve embarcado en mil aventuras, en mil páginas de mil libros. Busqué pero no encontré, la razón del ensimismamiento humano, la teoría que no le permitía al hombre soñar. Nada encontré, nada pude hallar al respecto. Sin fortuna y sin honor volví a caer en las manos de los justicias por robar a un pobre tendero un trozo de queso. ¡Nadie es ladrón por robar para comer!. Quería calmar a mis tripas inquietas, a mi razón enajenada y a mi corazón entristecido. Y lo único que calmé fue mi mente y mis ojos. Encerrado de nuevo y sin ver los desastres de la naturaleza humana mi mente descansaba.

Por varias prisiones pasé por el hurto cometido, pero desde aquel día intento volver a ese torreón, a mi refugio en la cumbre de su corazón. De Lucia (¡ay!) no llegué a saber. De la blanca paloma no oí ningún canto más. Rezo cada día para que la vida me lleve a su lado, para que me expulse de este mundo de egoísmo, pobreza, sinrazón, lleno de gentes que por los colores de sus pieles se pelean. Está alojada en mi mente la idea de que la paloma era simplemente un sueño, una ilusión. Falso, falso, falso, todo mi mundo se derrumba a mis pies. Falso, falso, falso, si que se puede construir un paraíso en el infierno. Falso, falso, falso, el sueño es mejor que la realidad. El corazón del hombre es libre donde le dejas volar, extendiendo sus alas en la dirección del viento, en la dirección del pensamiento. Preferí estar enjaulado y feliz con mis recuerdos, que andar suelto y melancólico.